Maestría

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En busca de la autenticidad.

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No necesitas motivación

No necesitas sentirte listo, inspirado ni acompañado. Necesitas actuar, aunque no tengas ganas, aunque estés roto, aunque nadie te mire. Ahí es donde empieza tu vida real.


Trabajaba en un cobertizo húmedo, mal ventilado, sin calefacción. El techo goteaba. El suelo era de tierra prensada. El aire olía a ácido, a polvo, a metal y a fatiga.

Era viuda. Su marido, Pierre, había sido atropellado por un carruaje cuando ella tenía solo 38 años. Quedó sola con dos hijas y un laboratorio sin recursos. Lo que hizo entonces no fue buscar ayuda. Fue encerrarse durante años a continuar el trabajo de ambos.

Aislaba radio, manipulaba materiales letales, transportaba cubas hirvientes de pechblenda. Sola. Durante horas, días, años. No hablaba de equilibrio emocional. No se preguntaba si esto era justo.

No necesitaba motivación. Tenía propósito. Y el propósito, cuando es real, no necesita estímulo. Se alimenta de sí mismo. Se renueva con la acción. Y te atraviesa, aunque estés destrozado por dentro.

Marie Curie ganó dos premios Nobel en un mundo que no quería darle ni una beca. Y aún así, nunca buscó reconocimiento. Solo quería descubrir. Solo quería entender. Solo quería hacer lo que debía hacerse. Y lo hizo.

Sin pedir permiso. Sin esperar a tener ganas. Sin tener a nadie que la animara.


Cuando te encuentras abatido, es fácil querer que otros te saquen del agujero.

Esperas que algo o alguien te empuje.

Un consejo, una charla inspiradora, un golpe de suerte.

Una frase poderosa.

Un vídeo de 30 segundos.

Una palmadita.

Un empujón.

Pero recuerda: no encontrarás fuera lo que te falta dentro.

Un chispazo de motivación puede ponerte en marcha momentáneamente. Sí. Puede darte un arranque. Puede parecer que esta vez es diferente.

Pero no durará mucho. Volverás a estar como antes.

Porque en la mayoría de los casos, solo tú sabes lo que realmente necesitas.

Hacer. Deshacer. Llamar. Pedir. Exponer. Decidir. En una palabra: entrar en acción.

Marie Curie no tenía un ritual matutino de motivación.

No tenía tiempo para llorarse.

Tenía una misión.

Y la cumplía con o sin estado de ánimo.

Porque entendía esto:

“Si esperas a sentirte bien para hacer lo que debes, nunca harás nada que merezca la pena.”

La acción concreta y dirigida aniquila la motivación. La hace irrelevante. Y te da algo mucho mejor. Algo tuyo.

Entusiasmo.

Que no depende del ánimo. Que no fluctúa con las circunstancias. Que nace de actuar según lo que sabes que eres. Y no de cómo te sientes hoy.

Yo he malgastado años.

Persiguiendo impulsos.

Soñando en lugar de ejecutar.

Haciéndome el listo mientras me olvidaba de hacer lo que realmente había que hacer.

He esperado a estar motivado.

Y mientras esperaba, la vida seguía sin mí.

Hasta que un día, no hace mucho, recordé algo simple: nadie va a venir.

Nadie va a sacarme.

No hay ayuda milagrosa.

Solo esto: lo que haces cuando no tienes ganas.

Ahí es donde empieza tu vida real.

Marie Curie no era especial. No tenía un talento sobrenatural ni una mente tocada por los dioses.

Solo no se permitía excusas. No necesitaba energía positiva, ni afirmaciones en el espejo, ni un podcast de empoderamiento. No se preguntaba si estaba alineada con su propósito. No esperaba estar “lista”.

Estaba ocupada haciendo lo que había que hacer.

Hoy, alguien con su historia abriría un hilo en Twitter sobre su trauma. O una newsletter de sanación. Ella, en cambio, abría el laboratorio a las seis de la mañana.

No pedía permiso.

No necesitaba que el universo le mandara señales.

Le bastaba con una verdad: nadie lo va a hacer por mí.

Y lo hacía.

Lección: no necesitas motivación

La palabra entusiasmo viene del griego entheos: tener un dios dentro.

Y si no lo tienes, más te vale dejar de fingir que te lo mereces.

Porque si esperas a que alguien lo prenda por ti… te vas a morir frío.

Y nadie te va a echar de menos.